El Fraile Vigilante estaba en el sillón, en una mano aguantaba una nube de color blanco y rosa, su boca de piñón se le abría despacio, pues el dolor de la oreja que le había hecho la Dama del Bizcocho aún le duraba. Los gemidos y pucheros salían de su garganta
Apenas pudo observar cómo entraron los tres individuos vestidos de negro con sombrero, sentados en la barra del karaoke. Tres individuos de aspecto más rancio, con gabardinas largas, de movimientos lentos y de cara de tener mala sombra.
Con caras de pocos amigos, miraron una cesta llenas de chuches, ni se inmutan de verla, más bien el odio se les vio en los ojos, odiaban las chuches.
Su aspecto impone cierto miedo, de hecho la camarera les sirvió un RED BULL muy rápido, por aquello que tiene alas y se iban pues le daba por su larga experiencia en el local que algo iba a pasar. Ni las gracias les dio ninguno de los tres hombres. Las gafas negras de dos de ellos imponían cierta distancia para mirarle a los ojos, hacia un claro contraste con el que no llevaba, que tenía unos ojos azules claro, nada que ver con los otros dos, pero quienes eran? se preguntaba mientras miraba entre el rabillo, y le preparaba el cambio de lo que les había dejado para cobrar la camarera, que no le gustaban ni un pelo.
En toda su vida de camarera del karaoke había visto algo semejante y eso que en el karaoke pasan frikis de lo más frikis, como el Pantorrilla, el Chamuscó, el Dolorido, el Ido, muchos personajes que en sus ratos de pensamiento le hacen recordar. Pero... como estos tres ninguno se dijo.
Un pequeño espacio quedaba entre los tres hombres que estaban en la barra y la pared de su espalda, justo pasaban persona y media, no de alta si no de ancha.
En la pared colgaba cuadros de canta autores famosos o grupos de trovadores que se juntaban para decir sus versos o canciones. En un corto espacio de la pared se notaba que había sido sitio de alguna foto de algún trovador pero no estaba, y permanecía su espacio con la marca de polvo sin limpiar de la pared.
Solo el Fraile Vigilante no se enteraba de la presencia de dichos personajes, pues todos los demás los miraban con el rabillo de los ojos. Nada parecía ya lo mismo, pero intentaban dar la sensación de normalidad, nadie que entrara por primera vez se daría cuenta que pasaba algo, el aire era difícil de respirar.
La Amantis Cuinera dejo lo que estaba haciendo, se fue directamente al lavabo para esconder el chocolate negro que le quedaba aún, era de buena calidad y no quería perderlo. Así que por si las moscas lo escondió en una rachola que estaba rota, del lavabo.
Le costó mucho cada dia que estaba rayar por los lados de la rachola hasta que consiguió desengancharse y hacer un escondite ideal en los casos que el Fraile Vigilante le daba por llamar a gente que le ayudara hacer redadas, no quería que le quitaron su chocolate negro. Puso la rachola de nuevo en su sitio, una vez depositado su preciada mercancía, y salió de nuevo del lavabo.
Se fijó en los tres tipos de nuevo, uno era bajito no llegaban los pies al anillo que unía las tres patas de los taburetes, la guitarra puesta en su espalda le hacia mas alto y grande, pero no era ni “medio polvo” medida que le hacía entender cuando el chocolate negro se hacía polvo y era apenas unos gramos de chocolate deshecho por la calor o por no haberlo tratado bien.
Pilili no se movía del asiento, ya estaba a su lado el Tenor, que a su lado la miraba como si estuviera hechizado por un conjuro emocional de alguna mujer de ciencia negra oculta.
El motero terminó su canción y escuchando los aplausos de los asistentes cogió asiento, al lado de una mujer alta y delgada que estaba sentada a su lado, diciendo que lo había hecho muy bien.
El escenario estaba vacío, nadie había preparado para recibir, la Dama del Bizcocho se empezó andar hacia el mismo escenario era ella quien iba a recitar un verso, cogió el artilugio que todos se ponían en la boca para que su voz saliera más fuerte y por las cajas que habían situadas por el local estratégicamente.
Con los ojos puestos en los tres hombres de negro, y de reojo mirando como le maldecía el Fraile Vigilante, le empezó a salir una voz suave y dulce, que nadie diría que había sido tan solo unos instantes tan dura con el pobre Fraile que vigilaba que en el local no se trapichea con chocolate negro.
Tal como empezó a cantar, el del medio de los tres hombres le hizo una señal al que llevaba gafas. Se quitó este el sombrero y se dejó ver su melena de pelo blanco, incluso se dejo encima de la barra el vaso con tequila que había pedido, pero su jefe le dio la señal y como si lo hubieran ensayado más de una vez o fuera un robot se dirigió hacia el lugar que estaba el Fraile.
La Dama le siguió con la mirada, pero no paro de decir lo que había subido a decir. Pero instintivamente la mirada se lo fue hacia el bol de caramelos verdes, y observó que dentro del bol había una barra de pinta labios de color rojo, se lo guardo en el bolsillo derecho, lo encontro tal como le habia dicho su jefe que lo encontraria, que el hombre canoso con bigote y perilla, no tardó en coger.
Astutamente se sentó delante del Fraile, no lo dejaba de mirar, el Fraile ni se enteraba, entre escuchar la voz de su torturadora, y el dolor de la oreja no le daba para mirar aquel extraño personaje que se sentó enfrente suyo.
Todo estaba controlado así que termino de cantar la Dama Bizcochera y se fue al lavabo, necesitaba algo que le hiciera coger fuerzas, así que fue a la azulejo que la Amantis había escondido el chocolate y se comió rasco un trozo muy pequeño para que la Amantis no se diera cuenta que le había descubierto el escondite.
Pero fuera del disfrute que se daba la Dama Bizcochera, estaba apunto de suceder algo que cambiaría su vida por siempre.
El hombre de negro con los ojos azules subió al escenario, su letra de canción era bonita, pero su tono era lo más horrible que se había odio en aquel escenario, llamo la atención perfectamente de todo el mundo.
Momento que aprovechó el hombre que se sentó delante del Fraile para lanzarse sobre él, de una forma que en una mano se la puso en la boca y la otra sacó el pintalabios y le dibujó una carabela en su frente.
Los ojos del Fraile se pusieron blancos, no sabia por donde mirar, ni podía hacer nada, era una mala bestia la que se había tirado encima de él, era horrible tener la boca sellada por una mano que olía a detergente barato.
Ariel bailaba en la pista la canción horrible que cantaba el ojos azules, y de espaldas a el pobre Fraile que era atacado por un mala sombra que se cebaba con el en pintarle la frente y una aspa en la boca, clara señal que si hablaba sería hombre muerto. Se entendía muy bien todo lo que aquel absurdo hombre le estaba haciendo al pobre Fraile Vigilante.
El pequeño hombre de negro se puso una piruleta en la boca, mientras miraba cómo sus hombres hacían el papel de malos, pero que muy malos. De un salto se puso pies en el suelo, y se dirigió a la camarera, que asombrada miraba todo lo que ocurría en su local, no tardo ni un minuto en pedir ayuda pero el hombre pequeño se lo impidió, le lanzo la piruleta con tan mala suerte que le dio en la cabeza.
Perdió por un momento la conciencia del piruletazo que le dio aquel mal nacido, pero el ruido era tan alto que nadie se daba cuenta que estaba pasando algo en el local.
Cuando la camarera abrió los ojos estaba colgada en el clavo que le faltaba un cuadro, lo pies no le llegaban al suelo, y al mirar hacia el “hondo” del local un tumulto estaba alrededor del Fraile, pero no llegaba entender que paso, pues los tres hombres desaparecieron del local.
Todo era un kaos dentro del local, nadie recitaba y el Fraile tenía alrededor suyo todo el mundo, gritó pidiendo ayuda, pues no podía descolgarse de aquel maldito clavo que le habían colgado. Pidió varias veces socorro y se giraron todos para ver quien procedía a soltar aquellos gritos de la entrada del local.
El Tenor se fue hacia ella y la cogió por la cintura descolgando, le estaba viendo la cara que le había quedado cuando vio al Fraile Vigilante, no le salían palabras, no podía imaginarse aquella escena donde un hombre sencillo culto y amante de la buenas maneras, estaba en el suelo hecho un adán, con una carabela pintada en su ancha frente y una cruz en su boca.
La Dama Bizcochera estaba al lado del Fraile, y lo miraba, acababa de salir del lavabo con un colocón de chocolate negro que no se aclaraba, y con los ojos como idos se acerba a él, diciendo:
.- siempre andas por el suelo, no se como te apañas. Y encima te pintas la cara ¿a que juegas?
No se daba cuenta que el Fraile Vigilante no estaba para bromas ni para vivos, el pobre Fraile estaba en el suelo sin respirar, y con los ojos cerrados.
Un móvil sonaba en un bolso de mujer, tenía que ser una mujer muy femenina y elegante, no era
un bolso cualquiera, llevaba muchos bolsillos, llenos de cosas como todos los bolsos de mujer.
Con una cara de pocos amigos se levantó de la cama y cogió el móvil:
.- Diga, contestó de malos modos, no eran horas de llamar, parecía que aquella excusa le valía para todo.
Sus ojos cambiaron cuando escucho la voz de su Jefa, voz dulce que no parecía ni inmutarse de la forma que le contesto al coger el móvil, le dijo:
.- ¿conoces el Viva Voz?
.- Sí, le respondió de mala gana.
.- Pues vete para allí que hay un cadáver en el local, así que tenemos trabajo.
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